Por Alicia Alarcón

Uno es blanco con motitas negras, hay que acercarse para ver bien la tela,  para darse cuenta que las motas no son redondas, más bien alargadas. El cuello es de otra tela negra y las mangas arriba del codo son también negras de la misma tela que el cuello.  El otro es beige con diminutas flores rojas y amarillas. También está el de color guinda de un solo tono con cuello de encaje y de manga larga. Ese lo usaba mi madre en ocasiones especiales,  los otros los usaba durante la semana. En su closet siempre había muchos,  ella se los hacía  con su máquina de overlock.  A eso dedicó muchos años de su vida,  a coser vestidos para sus hijas y para otras personas que llegaban cada semana con su tela, sus botones y el hilo. El diseño se lo dejaban a su imaginación.  Nunca decepcionó a nadie.

Mi madre murió el 1ro. de octubre del 2017,  ya nada es lo mismo, nadie se recupera de la orfandad. El vacío que deja la mamá es diferente, es un sentimiento de infortunio, de nostalgia y también de reproche: ¨Porque no  la visité  más¨  ¨Me faltó darle más abrazos, más besos en la frente.¨ ¨Menos despedidas.¨  Ahora veo que nada de lo que hice fue más importante que verla. Sin embargo cuando más debí estar a su lado, pospuse mi visita, segura que ella viviría para siempre. Todo pudo haber esperado. Ella ya no está para decírselo y el tiempo no me alcanzó para remediarlo.  Mi madre murió cuando me faltaban dos horas para llegar a verla.  La encontré en su cama, rígida. La abracé y le pedí perdón por la tardanza. Ella ya no me escuchaba.

Nadie está listo para vivir sin mama,  algunos piensan que una larga enfermedad nos prepara.  Nos damos  cuenta que no es así cuando ya no escuchamos su voz, cuando ya no sentimos su compañía. Cuando la llamamos y el silencio es el que nos responde.

Mi madre murió cuando le faltaba un mes para cumplir 98 años.  Cuando se siente el cariño incondicional de la mamá por tantos años, cuando son muchos los cumpleaños, las navidades y días festivos a su lado.  Cuando ya no está,  el dolor se queda  para siempre en el corazón,  su intensidad disminuye con el tiempo, pero permanece como un ancla abandonada sobre la arena.

Mi madre fue parte de mis programas de radio.  Cada año la entrevistaba en su cumpleaños.  Sus consejos, su entusiasmo por vivir. Su rechazo al pesimismo, a las quejas vanas,  al desperdicio del tiempo. Cada minuto lo aprovechó y tenía planes para seguir viviendo.

Cada nuevo acontecimiento que pasa en mi vida,  quiero contárselo:   ¨Amá ya voy a escribir para otro periódico.¨  ¨Mire Amá mis artículos  están en estas revistas.¨  Todo se amontona debajo de mi escritorio.  Los libros, los artículos.  Con mi madre se fue mucho de mi entusiasmo por lograr nuevas  cosas. Todavía quiero hacer algunas,  tengo viajes pendientes, obligaciones que cumplir cada día, la vida no nos permite quedarnos quietos. Nos empuja para seguir en un camino que ya sabemos desconocido. Nada sale como uno lo planea.

Recién fallecida mi madre, una amiga me aseguró que  si le hablaba en voz alta, sobre todo cuando fuera manejando, ella de seguro me iba a escuchar y que yo iba a sentir su presencia.  Lo hice por varios días, pero dejé de hacerlo cuando el silencio me recordaba aún más su ausencia.

Debo confesar también que tomé la costumbre de abrazar todos los días sus vestido de colores que están alineados juntos con los míos en el closet. Sobre todo  cuando necesito un consejo. Ella fue mi mejor amiga y consejera. No puedo precisar cuando ocurrió pero poco a poco,  pude abrazarme ya  a sus vestidos sin estallar en llanto. Ahora ya puedo hablarle sin que se me atoraren  las palabras, por el dolor, en la garganta.  Le platico no de  problemas sino de cosas cotidianas, del árbol de jacarandas que está abrazado por flores de color lila intenso, de los rosales que están doblados por el peso de sus flores matizadas.  Todo se lo cuento en voz baja,  creo que así me escucha mejor.

También he podido sacar más de sus fotografías sin  hacerme los mismos reproches del año pasado:   ¿Por qué no la visité más. Por qué no le  compré más cosas?  ¿Por qué no la volví a llevar a su pueblo? Por qué no me la llevé en un crucero. No importa que no pudiera ya caminar, o que su cuerpo se mirara tan frágil.  La hubiera llevado a la cubierta y le hubiera dicho. ¨Mire Amá los delfines nos vienen siguiendo. ¨ Ella me hubiera respondido. ¨Si pues.¨

Que dichosos y afortunados deben sentirse  los que  van a llevar las flores y los globos a una casa, llena de ruido y algarabía en la que su  mamá va a salir a su encuentro. Emocionada, secándose las manos porque dejó los trastes a medio enjuagar y la comida lista sobre la estufa.  Dichosos los que van a poder llenar de besos su frente y la van a colmar de regalos. Nosotros los huérfanos, ya no podemos hacer eso. Pero si podemos bañar su lápida de flores.