Eran muy similares al hombre actual, caminaban, en fila, sobre sus dos extremidades inferiores, aunque con la espalda encorvada; atardecía y el terreno era escabroso, uno de ellos observó que quien iba al frente golpeó una piedra la que, al chocar con otra, produjo chispas, el instinto primario le hizo lanzar un gruñido de temor y detenerse, pero la curiosidad pudo más y con cuidado recogió ambas piedras y las llevó consigo.

En la cueva donde vivía el grupo ya les esperaban y las muestras de alegría al verlos regresar se reflejaron en gruñidos que denotaban satisfacción; cubrieron la entrada del refugio con ramas espinosas y empezaron a ingerir lo que los exploradores habían llevado, raíces, hierbas y unos pequeños animales muertos a los que quitaron la piel con piedras afiladas y comieron la carne cruda.

Al llegar la oscuridad, todos se acercaron tratando de compartir el calor corporal y el consuelo que da a la manada el contacto con los otros.

El que había recogido las piedras, las talló y de inmediato volvieron a saltar chispas, al instante todos se separaron lanzando gruñidos que denotaban sorpresa y temor. Para ellos el fuego significaba daño y desconocimiento, habían sufrido la pérdida de miembros de la manada en los incendios que cada verano se presentaban en la pradera, la visión de la tierra escupiendo ese mortal elemento y los rayos que caían del cielo y producían fuego al golpear la madera, eran experiencias inexplicables que atribuían a seres más allá de su comprensión.

Con curiosidad, el individuo volvió a tallar las piedras y las chispas volvieron a saltar, ahora los gruñidos eran más de asombro que de miedo y poco a poco se fueron acercando a su compañero, que orgulloso de llamar la atención, repitió la operación varias veces, el resultado ahora lo veían ya sin temor.

Tuvieron que pasar días para que alguno acercara yesca a las chispas y el fuego se produjera y días después habían disipado el frío prendiendo una hoguera que les daba calor y luz, con esta pudieron aprovechar mejor las horas de oscuridad para desecar las pieles de los animales que cazaban.

¿Cuánto tiempo pasaría para que un trozo de caza quedase cerca del fuego, se cociera y lo probaran y cuanto para que un pedazo de arcilla se endureciera bajo el calor que habían producido?  

El control del fuego permitió a los homínidos modificar sus actividades y aprovechar mejor las proteínas que ingerían y significó un gran paso en la evolución de la humanidad.

A Bolonia acudían los jóvenes en búsqueda del conocimiento, en un barrio de aquella ciudad medieval, hombres viejos y estudiosos se reunían con ellos y les transmitían su saber, los jóvenes querían aprender de aquellos señores y el barrio fue progresando gracias a los estudiantes que llegaban de toda Europa. Las casas de asistencia y los mesones proliferaron. Con el tiempo, los notables de la ciudad tomaron una decisión trascendental, los maestros recibieron en comodato un terreno y edificaciones fuera del centro de la ciudad, lo que les permitía tener autonomía en su gestión y la transmisión del conocimiento.

Los notables habían comprendido la importancia de crear una institución que fuera una reserva del conocimiento, además del negocio que para la ciudad significaba, en pocos años esta idea fue imitada por otras ciudades: Salamanca en España, La Sorbona en París, Heidelberg y Hamburgo en Alemania, Cambridge en Inglaterra y de estos centros fueron naciendo las ideas que llevó a la civilización europea a un renacimiento.

La historia de la humanidad se ha visto reflejada por el conocimiento, desde el control del fuego hasta las universidades como centros de depósito, transmisión y creación del saber. ¡Ay de aquella sociedad que desprecie el conocimiento, que pretenda que la pobreza intelectual es la base de la felicidad, que desaire a aquellos que se esfuerzan por ser fuente de saber y sacrifican años de su vida en aras de dar algo a quienes le rodean, a través del estudio y la investigación! ¡Qué triste futuro espera a una sociedad que venera a un líder que desprecia el conocimiento!

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