Las lágrimas corrían por el rostro de aquella joven madre que había tenido tres alumbramientos, el primero fue una niña que continuaría viviendo con ella hasta que fuese destinada al matrimonio.

Su segundo parto, había dado vida a un varón, pero el consejo de ancianos, luego de examinarlo, había determinado que no era apto, pues había nacido con una leve deformidad en su espalda y, a pesar de sus súplicas y llantos, el recién nacido fue llevado al monte Apóthetas y arrojado a la barranca.

Hacía ya 7 años de su tercer alumbramiento en el que parió otro varón. Cuando el recién nacido fue presentado ante los ancianos, para que determinara si era viable para ser ciudadano de Esparta, sus peores pesadillas envolvían sus pensamientos, temía que, de nueva cuenta al vástago lo declarasen deforme; pero no fue así y lo pudo tener y educar con la rigidez propia de su cultura y ahora había llegado a la edad en que aquel hombrecito dejaba de pertenecer a su familia para ser parte de la ciudad, sería entregado al magistrado que se encargaría de su educación  y viviría junto a otros jóvenes en los campos donde eran sometidos a una rígida disciplina sustentada sobre todo en la lucha y el uso de las armas y con una muy especial atención a la obediencia ciega a los superiores y el dedicar su vida a la ciudad.

El niño se despidió de su madre con un serio adiós y dando la vuelta caminó con la vista en alto y el cuerpo erguido en el sentimiento de orgullo que le daba el que ahora sería parte de los hombres que conformaban aquella guerrera sociedad; mientras, la madre lloraba en silencio, resignada la partida de su niño.

Esparta era una ciudad siempre en guerra y sus miembros vivían para eso, los que pertenecían a la clase ciudadana formaban parte del ejército y los demás eran considerados inferiores, quienes no eran ciudadanos de Esparta, desempeñaban otras actividades, como el comercio, la agricultura, la servidumbre y las actividades fabriles, excepto las relacionadas directamente con lo militar.

Así era la sociedad espartana, el Estado estaba sobre las personas y estas solo tenían sentido si eran útiles a aquél.

Esto es propio de las sociedades que enfrentan un conflicto bélico o que viven en un continuo enfrentamiento con sus vecinos, sus esfuerzos se destinan a la supervivencia, como sucede con los animales en la naturaleza.

Pero la situación ideal es la de la paz, pues es bajo esta cuando las ciencias y las artes se desarrollan, la educación se diversifica en beneficio de todos y se busca un trato más humano a los individuos.

No existe una sociedad totalmente justa, pero a lo que debemos aspirar es que cada vez, la comunidad a la que pertenecemos, este en una constante evolución hacia el equilibrio en la creación y distribución de los elementos esenciales: seguridad, salud, alimentación y educación; pues mientras más personas tengan acceso a esos satisfactores el abanico de oportunidades se abre hacia quienes aún no han llegado.

La cuestión que se nos presenta es: ¿si podríamos lograr una sociedad así a través de un sistema en el que los individuos solo tengan una razón de ser en función que forman parte de un estado?

Cuando se ha optado por esa opción han brotado sociedades en las que muchos están abajo y pocos son lo que disfrutan de los beneficios que produce el esfuerzo de todos; la sociedad espartana tenía su base en las diferencias sociales y en los derechos que a cada uno de los estratos concernían, así los esclavos tenían pocos derechos y los comerciantes, artesanos o agricultores, tenían derechos también limitados, era solo la clase militar la que tenía capacidad para dirigir a todos los demás.

Las sociedades comunistas que brotaron en el siglo pasado fueron otro claro ejemplo de que cuando el Estado está sobre el individuo, el crecimiento se estanca y solo una pequeña clase privilegiada se beneficia del esfuerzo de los demás.

Tal vez estas letras sirvan para entender el porque debemos oponernos a la militarización de México, pues cuando el ejercito se convierte en la cabeza que toma las decisiones y controla el poder, los individuos no contamos más que como simples piezas de un juego en el que somos sacrificables en aras de los poderosos; las libertades y la democracia, como elementos de una sociedad que respeta a la persona en su individualidad, se acaban y la falta del impulso personal se traduce en una distribución de la pobreza para la gran mayoría y de los lujos y riqueza para los menos.

Así, esperemos que nuestra madre patria no derrame lágrimas, al ver que las libertades y la democracia de sus hijos se extinguen en beneficio de quienes desean un poder autoritario,